Pobrecita la mamá de Tony
Mientras el mecánico se zambullía en el motor de mi carro intentando descubrir el problema, el maistro del taller llegaba de Comayagüela con algún repuesto requerido. Curiosamente, venía con el volumen de su radio a tope. No con música, no con la antesala del partido de la selección… nada de eso. Venía con el noticiero de “la N” a todo mecate. A continuación, se bajó del vehículo, subió aún más la intensidad (el volumen) del radio y sin cerrar la puerta, se aseguró de que todo el taller atendiera la audición.
No he conocido registro de tal cosa —y corríjanme Uds. por favor—: ¡Un juicio que pusiera en cadena nacional a media Honduras! Aquí, a menos que se trate de la Dra. Polo, a casi nadie le interesan esas cosas.
Pero bueno, todos sabemos el porqué de la rareza de este hecho que narro. Sabemos bien el origen del interés inusual por escuchar la sentencia. Nadie ignora el por qué —de la nada—, un gringo desconocido de apellido Castel se ha vuelto una especie de héroe. ¡Tal así que algunos le proponen como imagen del billete de Lps.200.00! jaja… Seguro el aclamado juez jamás sospechó siquiera volverse una celebridad en un país que —intuyo— jamás visitó.
Luego que partí del taller, encendí mi radio y me uní a la cadena. Al llegar a casa, ¡oh sorpresa!: Don Abel, mi vecino, estaba en la puerta de su casa con cara de puño. Con su televisión y su radio apagados —lo cual ya era demasiado extraño—.
Después del saludo… lo obvio: tocar el tema del juicio. Mi emoción se vio eclipsada por su apatía por el asunto. Es más:
—Yo no sé porque se alegra la gente del mal ajeno, nadie piensa en la mamá de ese muchacho, como estará sufriendo —dijo—
Yo, que no me esperaba muestra alguna de empatía con el sentenciado, intenté iniciar un debate constructivo. Traté de persuadirle de que no se trataba de desearle mal a nadie sino de la satisfacción de que se haya hecho justicia; del daño que muchos han sufrido consecuencia de la criminalidad organizada… etc. etc… pero fue inútil. Don Abel lanzó un contragolpe:
—A mí no me ha hecho nada. —dijo—
…debo admitir que, aunque me gusta el debate, hay momentos en que basta una frase de mi interlocutor para trancar las puertas, hacer un estimado de potenciales daños y a continuación, emprender la retirada. Y así lo hice:
—Cheque don Abel —le dije— y me fui.
Mientras me calmaba y la frase “a mí no me ha hecho nada” hacía un loop en mi cabeza… pensaba que en cierta parte él tenía razón: No hay mucho de lo que alegrarse.
Y fui más allá: … a Tony lo condenaron hoy, sí, y Castel y el jurado fueron duros. Pero a mí, a mis padres, a mis hijos, a mis nietos… y quién sabe cuántas generaciones más… nos condenaron hace mucho tiempo ya.
Estamos tan ávidos de justicia en este país, que pasamos por alto el hecho de que no basta con encarcelar al delincuente, no basta exponer a la vergüenza y el escarnio público al corrupto, no es suficiente la separación del cargo del burócrata… eso no arregla casi nada. Las heridas de este país son tan profundas y están tan arraigadas ya que, aunque se haga una limpieza de la herida eso solo representará primeros auxilios. Más temprano que tarde el patógeno volverá a aparecer y el sangrado con él. ¿No me creen? Preguntémosle a nuestros vecinos chapines quienes lo viven en carne propia. Así es, lo viven con el reciente e inédito caso del expresidente Otto Pérez Molina, con Álvaro Colom, con la Sra. Baldetti y un largo etc. Todos encarcelados gracias a la CICIG pero… hoy por hoy, esfuerzo inútil. Guatemala es considerada —junto con Honduras—, uno de los peores gobiernos de la región (según The Economist). Casi nada cambió para nuestros vecinos.
El verdadero remedio que curará la herida y recobrará la salud de este país, va mucho más allá de encarcelar personas. Requerimos cirugía, extirpación, trasplante, terapia de recuperación. Es decir, urgimos —y esto ha de tardar un par de generaciones al menos— de retomar valores casi extintos, sacar del coma la moral y los principios ciudadanos y reconstruir la autoestima y la dignidad del país.
Pero debemos comenzar pronto. La enfermedad avanza de manera muy rápida y ¿saben que es lo peor?: Que un país siempre puede estar peor. Nunca muere.
Al siguiente día:
—Bueno días Don Abel, que cuenta…
—No pues aquí, rumbo al mercado a buscar un pescadito seco…
…Y todo siguió como si nada… Un abrazo para todos. Att. W. Cruzant
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