¡Locura!
- Wilmer Cruzant
- 9 oct
- 4 Min. de lectura

Días atrás en una reunión casual con colegas, uno de ellos sacó uno de esos dispositivos digitales para medir la presión (esfigmomanómetro) y como solo es de apretar un botón y esperar la medición, y al tratarse de un grupo de viejitos mayores de 40… todos querían divertirse con el juguetito.
Con la mayor tranquilidad —y ya curados por mediciones anteriores— algunos tuvieron lecturas altas de su presión, otros presumieron de su presión de bebé a pesar del medio siglo encima y otros —como su servidor— hicieron mofa del costal de males que nos va llegando a nuestras edades.
A continuación y post burla, me hice también la medición y… ¡oh sorpresa! mi presión salió disparada. Suficiente insumo para que mis victimas pasaran a victimarios y me devolvieran el bullying. La verdad, me preocupé: era la primera vez que mis mediciones salían fuera de los parámetros normales Bajé minutos después a una farmacia para una nueva medición y, ¡juaazzz!, la misma lectura alta.
La presión arterial alta, es silenciosa y puede detonar repentinamente. La salud mental puede ser exactamente igual.
Recorrer las calles saturadas de vehículos y peatones de avenidas y espacios de nuestras ciudades basta para detectar comportamientos inusuales y amenazantes a la sana convivencia. Pero no solo en las calles: también en casa, en nuestros núcleos familiares, lo podemos notar de forma más cercana.
Y si en las calles la tensión se percibe en los gestos, en las redes se amplifica en palabras. La red X por ejemplo, no es un rin ¡es un Coliseo romano!. Ahí es quizá donde la mayoría pierde el recato y la empatía y expresa sin filtros lo que de su corazón abunda: a veces ira, a veces impaciencia, intolerancia, frustración, envidias y mil sombras más que no necesitan diagnóstico para saberse dañinas.
A menos que se trate de manifestaciones clínicas evidentes de desequilibrio mental (como los orates que recorren la ciudad), las personas han trivializado desde siempre los padecimientos mentales, atribuyéndolos a lapsus de descontrol emocional, ira, arrebatos, cruce de raya o “un mal momentos” pero casi nadie admite que está padeciendo de un trastorno mental.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como:
“Un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad.”
—Bueno, en ese caso yo estoy sano mentalmente. —diría cualquiera de nosotros. Nos sentimos muy lejos de padecer afecciones mentales, ignorando que la salud mental se trata de bienestar y capacidad funcional, y no solo ausencia de algún trastorno. Es decir, así como en la salud física alguien puede tener mala alimentación, estrés o sedentarismo sin estar “enfermo”, en la salud mental una persona puede no gozar de equilibrio emocional sin que eso equivalga a padecer una enfermedad mental.
Con base a lo anterior entonces, podríamos pensar que no es problema no tener equilibrio emocional, ¿cierto? Pues la respuesta parece ser NO. Hay una distinción sutil que vale la pena aclarar. Si lo pensamos bien, cualquiera de nosotros —aparentemente ‘normales’— puede llevar dentro una bomba de tiempo emocional.
¡Ojo! No tener equilibrio emocional no siempre es un problema clínico, pero sí puede convertirse en uno si se prolonga o se intensifica.
¿A quién no le ha pasado que, en una conversación normal, alguien reaccionó de forma desproporcionada a una broma o a un comentario inapropiado. Interrumpiendo la amistad, agrediendo con violencia o en los casos más nobles activando el modo indiferencia ¿Son entonces enfermos mentales? Ya hemos aclarado que no lo son.
De hecho llamar “enfermo mental” a alguien con estrés, tristeza o duelo es inexacto y estigmatizante. Lo apropiado —según los organismos internacionales— es referirse a ellos como personas con padecimientos de salud mental, personas que atraviesan un problema o sufrimiento psicológico, o personas que requieren apoyo psicosocial.
Todos, en algún momento, padecemos de situaciones similares. Todos enfermamos, y en consecuencia, todos tenemos la responsabilidad de cuidar y velar por una salud mental consistente y perdurable. Con la salud física la peor parte la lleva quien enferma; con la salud mental la peor parte la podrían llevar quienes nos rodean, quienes más nos aman. Y si se trata de toda una comunidad sin salud mental, las consecuencias pueden traducirse, más o menos, en lo que tenemos hoy.
Hace mucho tiempo, un famoso prisionero llamado Saulo —más conocido como Pablo—, afirmó desde su encierro que la paz de Dios es una que sobrepasa cualquier lógica y razonamiento. Decir esto desde una prisión, en medio de la incertidumbre, solo da a entender que la paz interior no depende de las circunstancias externas, sino de una fuente trascendente.
Esa “paz” no es ausencia de conflicto, sino presencia de serenidad en medio del conflicto.
Permítanme repetir esto: serenidad en medio del conflicto.
Y una vez más: serenidad en medio del conflicto.
¿Cómo?, ¿Cómo logro eso? ¿La psicoterapia ayuda?Ayuda sí… pero la salud mental definitiva está más allá: está en la trascendencia, en la fe y, sobre todo, el sentido profundo de propósito.
[...]
Y para todos aquellos que quedaron inquietos por mi estado de salud…
Al final mi bella esposa —quien también es una trabajadora de la salud—, midió mis presión arterial con un esfigmomanómetro (análogico) por cinco días continuos y mi presión parece estar bien.
Esfigmomanómetro análogo — 1
Esfigmomanómetro digital — 0
¡Saludos y paz para todos!
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