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Antes, hasta los chorros tenían códigos


“Enrique el Antiguo”, era uno de varios personajes magistralmente interpretados por el gran actor argentino Guillermo Francella, en su programa “Poné a Francella” de hace unos 20 años ya.

Enrique era un personaje entrañable que vivía en el pasado, lo que ponía de correr a sus amigos pues no entendían casi nada de lo que decía. Tenía un look sesentero y vivía literalmente en blanco y negro. Es decir, la producción le maquillaba y le vestía de gris, mientras el resto de personajes y el set eran a color.


Pues lo cómico del genial segmento, es que Enrique siempre pasaba citando cosas de 30 o 40 años atrás: canciones, frases, dichos, jerga, productos, películas, artistas, anuncios comerciales, lugares, establecimiento que ya ni existían, (como quien dijera en Tegucigalpa la Casa Quan, Almacén el Capitolio, la Casa Uhler o Rivera y Compañía para los más contemporáneos). Y por eso es que ninguno de sus amigos le comprendía y aparentemente, Enrique tampoco entendía porque ellos no le entendían… lo que le hacía cerrar cada episodio con la frase: “Estos me están cachando, me están cachando”. (Es decir, me están tomando el pelo).


En el último episodio —y es aquí donde quería llegar—, Enrique el Antiguo, reunido con todos sus amigos, les confiesa algo: “𝙎é 𝙦𝙪𝙚 𝙥𝙞𝙚𝙣𝙨𝙖𝙣 𝙦𝙪𝙚 𝙫𝙞𝙫𝙤 30 𝙖ñ𝙤𝙨 𝙖𝙩𝙧á𝙨 𝙥𝙚𝙧𝙤 𝙡𝙚𝙨 𝙫𝙤𝙮 𝙖 𝙙𝙚𝙘𝙞𝙧 𝙡𝙖 𝙫𝙚𝙧𝙙𝙖𝙙, 𝙡𝙤𝙨 𝙝𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙙𝙤 𝙘𝙖𝙘𝙝𝙖𝙣𝙙𝙤, 𝙮𝙤 𝙨é 𝙢𝙪𝙮 𝙗𝙞𝙚𝙣 𝙦𝙪𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙢𝙤𝙨 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙖ñ𝙤 2002 𝙮 𝙚𝙨 𝙚𝙡 𝙨𝙞𝙜𝙡𝙤 𝙓𝙓𝙄, ¿𝙎𝙖𝙗𝙚𝙣 𝙦𝙪𝙚 𝙥𝙖𝙨𝙖 𝙢𝙪𝙘𝙝𝙖𝙘𝙝𝙤𝙨? —𝙡𝙚𝙨 𝙙𝙞𝙘𝙚— 𝙡𝙤𝙨 𝙩𝙞𝙚𝙢𝙥𝙤𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙫𝙞𝙫𝙞𝙢𝙤𝙨 𝙣𝙤 𝙨𝙤𝙣 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙨𝙚𝙣𝙩𝙞𝙧𝙨𝙚 𝙢𝙪𝙮 𝙤𝙧𝙜𝙪𝙡𝙡𝙤𝙨𝙤𝙨. 𝙔 𝙮𝙤 𝙥𝙧𝙚𝙛𝙞𝙚𝙧𝙤 𝙨𝙤ñ𝙖𝙧 𝙘𝙤𝙣 𝙖𝙦𝙪𝙚𝙡𝙡𝙤𝙨 𝙖ñ𝙤𝙨 𝙛𝙚𝙡𝙞𝙘𝙚𝙨, 𝙖ñ𝙤𝙨 𝙚𝙣 𝙡𝙤𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙤𝙙𝙤𝙨 𝙣𝙤𝙨𝙤𝙩𝙧𝙤𝙨 é𝙧𝙖𝙢𝙤𝙨 𝙢𝙪𝙘𝙝𝙤 𝙢á𝙨 𝙥𝙪𝙧𝙤𝙨… 𝙢á𝙨 𝙞𝙣𝙤𝙘𝙚𝙣𝙩𝙚𝙨, 𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙣𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙥𝙖𝙡𝙖𝙗𝙧𝙖 𝙩𝙚𝙣í𝙖 𝙫𝙖𝙡𝙤𝙧 𝙮 𝙡𝙤𝙨 𝙖𝙢𝙞𝙜𝙤𝙨 𝙚𝙧𝙖𝙣 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙩𝙤𝙙𝙖 𝙡𝙖 𝙫𝙞𝙙𝙖, 𝙖ñ𝙤𝙨 𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙣𝙙𝙚 𝙝𝙖𝙨𝙩𝙖 𝙡𝙤𝙨 𝙘𝙝𝙤𝙧𝙧𝙤𝙨 (𝙡𝙖𝙙𝙧𝙤𝙣𝙚𝙨) 𝙩𝙚𝙣í𝙖𝙣 𝙘ó𝙙𝙞𝙜𝙤𝙨 𝙮 𝙡𝙤𝙨 𝙟ó𝙫𝙚𝙣𝙚𝙨 𝙩𝙚𝙣í𝙖𝙣 𝙡𝙖𝙨 𝙞𝙡𝙪𝙨𝙞𝙤𝙣𝙚𝙨 𝙞𝙣𝙩𝙖𝙘𝙩𝙖𝙨… 𝙦𝙪𝙚𝙧í𝙖𝙢𝙤𝙨 𝙘𝙖𝙢𝙗𝙞𝙖𝙧 𝙚𝙡 𝙢𝙪𝙣𝙙𝙤 ¿𝙎𝙚 𝙖𝙘𝙪𝙚𝙧𝙙𝙖𝙣? …”


[…]


Recordé esto gracias a que, esta semana, Adolfo Facussé alias “Fito”—con nada menos que 80 años—, contaba en una entrevista radial, anécdotas de su juventud y niñez. Por ejemplo, aquella donde camino a su colegio, pasando por el Hotel Lincoln, a la par estaba la casa de Don Juan Manual Gálvez, el mismísimo presidente del país en ese entonces —¡óigase bien!, el del billete de 50! para quiénes no le ubican— le saludaba cuando iba de regreso a su trabajo. Don Juan Manuel venía de almorzar de su casa y caminaba por la calle del comercio. —hacia la presidencial— Saludaba a cuanto parroquiano se encontrara en el recorrido. Es hilarante pensar que un presidente de los que nos tocan en este tiempo, hiciera tal cosa. Todos sabemos que el recorrido sería un momento muy tenso, incómodo o hasta peligroso, por llamarlo menos.


Algunos millennials y centenials suelen medir generaciones pasadas, pensando solamente en lo difícil que era la vida sin un móvil, un smart tv o sin todas esas cosas que nos facilitan la vida hoy en día —pero que también nos la complican, por cierto—. Pasan por alto, que lo valioso de la existencia humana está muchísimo más allá de lo cosmético o superficial. Que la esencia del ser está basada en la convivencia misma. Así fuimos creados. Si practicamos y recibimos amor, si hacemos y recibimos justicia, si perdonamos y nos perdonan… nos sentimos plenos. Lo demás es solo complemento.


En el año del cierre del programa de Francella, Argentina pasaba por una de sus peores crisis como país —de la que aun no salen en pleno 2021—, más o menos lo que nosotros estamos viviendo en nuestra Honduras. Claro, siempre hay gente desinformada, apática, conformista o apátridas emocionales —si me permiten el término—, que ni idea tienen de la crisis que vivimos… entraron a una “normalidad” asfixiante pero silenciosa. (con suerte nuestro pequeño país vecino les colabora un poco en entender que tan mal estamos).


El punto es que lo que vivimos en nuestro presente, no es más que la cosecha de décadas y décadas de antivalores que se han ido alimentando en un invernadero de indiferencia e indolencia. Que no solo nos carcome como país (la macroeconomía, la productividad, el desarrollo), nos carcome como sociedad/comunidad, como familia, el alma misma nos carcome.


Este país no debería albergar sus esperanzas de redención en la salida de un grupo de pillarajos o en la llegada de un nuevo presidente o nuevos legisladores. Esta nación necesita una limpieza profunda y un reencuentro con los valores que construyen la felicidad de una patria. Entendiendo que la felicidad es un estado del alma que no resulta de cosas externas. Los frijoles con tortilla se pueden comer en paz si vivimos en un estado que promueve el bien vivir, reconociendo al menos los derechos fundamentales de la persona. ¿Es esto mucho pedir?


¿Qué estamos haciendo para recuperar los valores que tanto escasean, ¡esos que urgen!? ¿Estamos enseñando a nuestros jóvenes sobre esto? ¿Recordamos todavía lo que era bueno, o estamos llamando a lo malo bueno y a lo bueno malo? Quizá conviene ser como Enrique y hacer las cosas a la manera antigua... parece que lo nuevo no es más que hojarasca.


[…]


“…𝙉𝙤 𝙨𝙤𝙮 𝙖𝙣𝙩𝙞𝙜𝙪𝙤, —𝙘𝙞𝙚𝙧𝙧𝙖 𝙀𝙣𝙧𝙞𝙦𝙪𝙚— 𝙨𝙞𝙢𝙥𝙡𝙚𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚 𝙖 𝙢𝙞 𝙢𝙖𝙣𝙚𝙧𝙖... 𝙨𝙤𝙮 𝙪𝙣 𝙞𝙙𝙚𝙖𝙡𝙞𝙨𝙩𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙞𝙣𝙩𝙚𝙣𝙩𝙖 𝙧𝙚𝙨𝙘𝙖𝙩𝙖𝙧 𝙪𝙣𝙖 é𝙥𝙤𝙘𝙖 𝙚𝙣 𝙡𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙤𝙙𝙤𝙨 𝙣𝙤𝙨𝙤𝙩𝙧𝙤𝙨 𝙛𝙪𝙞𝙢𝙤𝙨 𝙢á𝙨 𝙛𝙚𝙡𝙞𝙘𝙚𝙨… 𝙡𝙚𝙨 𝙫𝙤𝙮 𝙖 𝙥𝙚𝙙𝙞𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙐𝙙𝙨. 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙡𝙤 𝙞𝙣𝙩𝙚𝙣𝙩𝙚𝙣, 𝙦𝙪𝙚 𝙗𝙪𝙨𝙦𝙪𝙚𝙣 𝙚𝙣 𝙨𝙪 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖 𝙡𝙤 𝙢𝙚𝙟𝙤𝙧 𝙙𝙚 𝙨𝙪𝙨 𝙫𝙞𝙙𝙖𝙨 𝙮 𝙡𝙤 𝙨𝙖𝙦𝙪𝙚𝙣 𝙖𝙛𝙪𝙚𝙧𝙖, 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙪𝙣 𝙜𝙚𝙨𝙩𝙤 𝙙𝙚 𝙖𝙢𝙤𝙧… 𝙘𝙤𝙣 𝙚𝙡 𝙙𝙚𝙨𝙚𝙤 𝙙𝙚 𝙨𝙚𝙧 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙖𝙡𝙜𝙪𝙣𝙖 𝙫𝙚𝙯 𝙛𝙪𝙞𝙢𝙤𝙨.”



Bendiciones a todos.

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