Navidad Maloliente
- W. Cruzant
- 26 dic 2019
- 3 Min. de lectura

La época navideña en nuestra querida —y no tan querida— ciudad, no solo se caracteriza por el aumento del comercio, el tráfico vehicular y los asaltos —todas cosas malas, valga destacar—, también por la porquería.
Si bien durante todo el año nuestras ciudades y espacios son víctimas de la inconsciencia de una gran parte de la población (quienes lanzan a discreción desechos, escupen gelatinosos fluidos y miccionan generosamente en vía pública como algo habitual y hasta justificado —dependiendo de la resistencia o flacidez vesical (es decir de la vejiga)—); es en esta época de fiestas donde algunos de estos despreciables hábitos son más recurrentes.
Cada mañana en nuestra ciudad, toneladas y toneladas de desperdicios (850 diarias para ser exactos) son recogidas de mercados, comercios y hogares; además de galones y galones de desechos químicos y orgánicos que son depositados en los sistemas de alcantarillados de la ciudad que van hasta las corrientes naturales de agua —con las desgracias que ello conlleva—.
La historia registra que hace unos 7 siglos, ciudades europeas como Londres y París, entre otras, enfrentaban situaciones de salubridad que en la actualidad, con los estándares de saneamiento e higiene que caracterizan al mundo desarrollado, serían inconcebibles. Y no deja de ser curioso y hasta hilarante que 700 años después, aquí en nuestros pequeños países estemos lidiando con los problemas que la inmundicia de las personas genera. Muchas veces, refugiados en el anonimato, vecinos sinvergüenzas se deshacen de sus basuras en una esquina cualquiera y allí, se van acumulando uno a uno los desechos hasta formar sendos amontonamientos que se vuelven insoportables. Las personas suelen mostrarse así: generar sus desechos en casa, evacuarlos hacia el exterior muchas veces hacia otros, y desentenderse del tema.
Pasemos a la metáfora. —porque hablar de basura en navidad ya está sonando extraño—.
A lo largo de los tiempos, las personas hemos producido “nuestros desechos”. Es decir, todo aquello hediondo que producimos en casa. Nuestra naturaleza es proclive a generar despojos malolientes de corrupción, de odio, de envidias, de injusticia, de indiferencia… y ¿saben qué? Casi nadie —ni nosotros mismos—, desea lidiar con esas pestilencias, a pesar que nos afectan y afectan a quienes nos rodean. Nadie excepto UNO.
Aun y cuando es una analogía desagradable, hubo alguien que se hizo cargo ya de toda esa hediondez llamada pecado. Sin recompensa alguna, sin necesitarlo, y sin merecerlo. Se sacrificó en extremo, haciéndose hombre siendo Dios, y muriendo de una manera humillante. Motivado únicamente por un amor que aún nos cuesta comprender. Y con ello, con ese acto de amor incomprensible, ofrece limpiarnos de nuestra maldad y lavarnos hasta quedar más blancos que la nieve.
Cada vez con más fuerza, la gente está olvidando que la navidad es la efemérides perfecta para recordar que Jesús vino a este mundo sin reproche, a tomar nuestra inmundicia, llevarla a lo más profundo del océano, dejarla ahí y no recordar jamás que la tomó de nosotros. Cada fin de año en fechas como estas, Jesús es el recordatorio perfecto del perdón, de la misericordia, de la bondad, de la esperanza; y Su vida, el ejemplo perfecto de sacrificio y amor por los demás.
Ya deja de lidiar con esa basura y hedor en tu corazón y permite que Jesús se haga cargo y lo limpie.
Feliz Navidad amigos.
Att.
W. Cruzant
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