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MURIÓ EL REY

  • W. Cruzant
  • 7 jul 2019
  • 2 Min. de lectura

Pocos se enteraron de que Felipe no está más con nosotros. Una semana atrás, su cuerpo fue encontrado a una calle de casa, aquí en la avenida principal del barrio Buenos Aires. Lamento haberme enterado casi 7 días después. Solo fui a El Progreso por unos días y de regreso… me actualizan con la infeliz novedad. Aunque quizá da igual. Nada hubiese podido hacer.

Según testimonios, Felipe habría muerto solo. Muerte natural parece. Detonada por alguna enfermedad no atendida a lo mejor.

No me extraña esa versión. Maritza —quién se adjudicaba el rol de “madre”— le tenía muy descuidado. Ella misma cuenta que adoptó al finado cuando éste era joven. Y aunque ese acto no podría venir más que de un sentimiento genuino de cariño y protección, la apariencia de Felipe en sus últimos días, denotaba que aquella primera motivación ahora era más una carga.

Maritza, mejor identificada por los vecinos como “la tribuna” —por su destacada y maliciosa habilidad para comunicar las desgracias ajenas—, contaba con entrañable nostalgia como acogió a Felipe: A pesar de su mal aspecto y de no tener claro sus orígenes, le albergó y le alimentó. Le dio el cariño que la calle niega y lo quiso “como a un hijo” decía ella misma. Hasta que llegó Estela.

El nuevo miembro de la familia, migró casi todo el cariño y las atenciones que un día fueron para Felipe, hacia ella—sin quererlo seguramente—. Claro, la belleza “nivel schnauzer” siempre es un gran competidor y Maritza colaboraba con ello, haciendo tremendos gastos en la estética, cuidado y atenciones para Estela.

Fue ahí donde comencé a notar la nobleza de Felipe. Cualquiera al sentirse desplazado y en continuo y creciente descuido, se hubiese alejado. Pero Felipe lejos de eso siempre se mostró protector. No solo de Estela también de “la tribuna”. Estela cada vez lucía más bella y saludable y él… estoicamente enfermaba. Su semblante lo delataba.

Siempre me gustaba bromear con él. Por su nombre REAL, al verle, me inclinaba en forma respetuosa. ¡Su Majestad, Felipe! —Le pregonaba—. Y a continuación, la reverencia rostro abajo. Nunca supe si aquello le provocaba gracia o no. El solo me miraba con cierta indiferencia y giraba el hocico como si nada. Suficiente licencia para seguirlo haciendo cada vez que le veía. Total, a mí me divertía hacerlo.

Bueno… la mayoría coincide en que Felipe ha muerto como un perro. Qué ironía. Fue por la mañana que los muchachos del camión de la basura le encontraron y le recogieron. Nadie se pudo despedir. Quizá le dio un paro a altas horas de la noche y como Maritza y el resto de la familia, todos, estaban en San Lorenzo, Felipe no fue auxiliado. Imagino que el frío y el hambre terminaron de robarle sus últimos suspiros. Maritza no puede ocultar su culpabilidad—aunque lo intente—.

Extrañaremos tu presencia en la trucha de doña Yolanda, Felipe. Y aunque tu inmerecido final fue por lejos el digno de los de tu estirpe aristocrático, serás recordado con gran cariño. Tu sonrisa a lengua suelta, tu inquieta cola y tu nobleza de perro fiel seguirá en nuestras memorias.

Adiós querido Rey.

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W. Cruzant

 
 
 

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