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Los drones de Maduro, el C4 y el sometimiento.

Aunque el propósito de mis discretas reflexiones no es la controversia ni las discordias sino más bien lo contrario, los temas políticos —que son temas que suelen crear disensiones— están en la categoría de mis favoritos. Y esto no solo para mí —ustedes lo saben— sino para muchos. A pesar de ello es una pena que no podamos en ocasiones abordarlos con la mesura y tolerancia que debiéramos.

Dicho lo anterior, el suceso ocurrido en Venezuela en los recientes días, me refiero al supuesto atentado —y quiero mantener el adjetivo “supuesto” en la frase— sufrido por el presidente de Venezuela Nicolás Maduro y allegados, me parece un hecho que además de no pasar desapercibido, despierta opiniones diversas y encontradas, y además —y esto es lo que me interesa— algunas reflexiones que aspiran a interesantes.

Consideremos de inicio que normalmente un intento de magnicidio (asesinato de una persona importante) o cualquier atentado contra la vida, debería —con un mínimo de criterio— ser reprobado por la mayoría. Pero ese, curiosamente, no fue el caso con el atentado ocurrido en Caracas.

El caso del dictador —llamado así por no pocos—, es especialmente singular. No solo el pueblo de Venezuela mismo, no solo el pueblo latinoamericano, más bien el mundo entero le cuestiona y reconoce la situación infeliz que, el país potencialmente más rico del continente, está sufriendo: Una devaluación sin precedente alguno que, a esta fecha, hace que por un dólar te den 3 millones de bolívares, lo cual no es fácil de comprender hasta saber que el salario mínimo en Venezuela es de 5 millones y medio de bolívares. (Así es, aproximadamente 1.50 de dólar); Una inflación —permítanme corregir—, una hiperinflación que hace que un ciudadano venezolano deba pagar por un pan (más o menos lo que sería el famoso baguette acá) 1 millón 400 mil bolívares. Y si ya hablamos de algunos “lujos” como la carne, el precio de ésta es de unos 7 millones de bolívares por libra.

No se necesita ser politólogo ni un académico en temas financieros para saber que esto es sacado de los cabellos, algo casi irracional. Ante una situación así —misma que se ha dado desde los gobiernos chavistas, (unos 18 años atrás)— deja concluir que quienes gobiernan lo están haciendo de la manera menos eficiente posible. Aún más, en Venezuela se habla de un narco-gobierno, de sátrapas que tienen capturado un país y que lo manejan cual hacienda privada sin el menor criterio o juicio racional de gobernanza y democracia.

Bajo este escenario, y considerando que no ha habido manera viable de expectorar a los chavistas del poder, se generan las siguientes preguntas: ¿se justifica el uso de la violencia para separar al dictador y su gobierno y con ello dar nuevos aires de libertad a Venezuela? ¿Deberíamos lamentar que los drones con explosivo C4 fallaran en su propósito de eliminar al tirano?

Para los 4 millones de venezolanos que han tenido que emigrar en los últimos años la respuesta puede ser lógica. Para quienes son víctimas del terror y la violencia que ha hecho de Venezuela el país más violento del mundo, la respuesta también podría ser evidente. Es para quienes no padecemos de manera directa esta tragedia a los que probablemente nos costaría responder. Más aun para quienes somos de una fe que condena la violencia y que está llamada a respetar a la autoridad, ya que según nuestros principios —los principios cristianos— es puesta por Dios. (Romanos 13:1)

Aquí es donde surgen las preguntas lógicas y a la vez incómodas: Fue el dictador Trujillo —en Dominicana— (quien protagonizó matanzas indiscriminadas de haitianos de 1937) puesto por Dios? ¿Lo fue Hitler, Franco, Stalin, Pinochet, Gadafi, etc…? ¿Lo es King Jong Un? Nos faltaría mencionar una nutrida lista de crueles dictadores africanos y de otras latitudes a lo largo de la historia. Y hablando de nuestros contextos regionales, los de famélicas democracias, ¿son puestos por Dios estos que se imponen a la fuerza y sangran las riquezas públicas sin pudor ni vergüenza condenando a la miseria y hasta a la muerte a sus conciudadanos? Son respuestas complicadas y comprometedoras desde el escenario de la fe cristiana y el principio de sometimiento a la autoridad que ella predica.

Importante es decir que la autoridad incluye no solo a gobernantes. Aplica además a escenarios más cercanos, más cotidianos: Los padres, el conyugue (desde el enfoque cristiano como cabeza), el jefe, el policía, el juez, etc. Es quizá en estos escenarios domésticos, donde podemos comenzar a comprender el alcance de aquel mandato bíblico.

Por ejemplo, si el policía me pide que haga lo indebido, (que le dé mordida (soborno) o que omita convenientemente alguna regla) ¿debería obedecer esa solicitud? Si el padre abusador le pide a su hijo que se someta a tratos abusivos, inhumanos o criminales, ¿el hijo debe someterse a quien representa la autoridad o más bien revelarse y librar la vida? Si el cónyuge violento y abusador desea imponer su tiranía, ¿la pareja afectada deberá revelarse y huir lo más pronto posible o no? Si el líder religioso rompe con las normas y principios que Jesús enseñó y hace lo contrario, ¿es natural que se le deba desobediencia? Las respuestas parecen obvias y generan una nueva pregunta: ¿Es entonces una contradicción al principio bíblico la desobediencia al tirano?

Dios nos da la sabiduría necesaria para discernir cuando un gobernante(s) está procurando bienestar para sus gobernados o cuando está sencillamente utilizando a toda una población para malvados propósitos mercantilistas, de provecho propio y sin sometimiento alguno a la ley establecida.

Ahora, es determinante reconocer que la desobediencia a la autoridad no debe fundamentarse en la arbitrariedad. Es decir, un acto justificable de desobediencia deberá estar fundamentado en el reconocimiento de la injusticia y el reconocimiento de ésta deberá basarse en el conocimiento de lo que es justo. No se tratará por tanto de alzar la voz de manera arbitraria en contra de la autoridad, solo porque a mí me parece que es lo correcto. Existen leyes, mandatos, normas y principios a obedecer y que, en su mayoría por cierto, están basadas en principios y mandatos bíblicos. Por tanto, es aquí donde el sometimiento a la autoridad cobra un sentido coherente. El sometimiento es también a la autoridad de la ley. Y este sometimiento es para gobernantes y gobernados.

Las autoridades que no respeten la ley, que son injustos, que no acatan ni escuchan las decisiones y anhelos de quienes les elijen, de las mayorías, no son la autoridad a las que la biblia hace referencia. Tales “autoridades” no deben ser obedecidas.

Que tengan una feliz tarde.

Att.

W. Cruzant

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