VACAS
Por ahí leí que mastican al menos 50 veces por minuto y que llegan a vivir 25 años, —y no me pregunten más—. Estos animales, para quienes no están o no estamos acostumbrados, pueden intimidar al principio. Un poco por su tamaño, un poco por sus cachos. No obstante ¡que sensación de quietud y que relajante es verlas pastar! No es en lo absoluto usual que me encuentre a tan corta distancia de un animal como este, nací y crecí en ciudad y por ello los ambientes bucólicos o de establo pues… no me son del todo familiares.
Buena parte de los que habitan esta ciudad quizá tengan la misma experiencia; la familiaridad se limita a visitas eventuales a alguna hacienda o al pueblo de sus padres o abuelos, donde todo parece una novedad: el olor del estiércol, los grandes ojos oscuros de la vaca, el movimiento relajado y eficiente de sus repelentes naturales —es decir su cola—, su relajante pastar y su bien impostado mugir… Para la gente citadina, el contacto con un rumiante podría limitarse a un corte de media de costilla en Delikatesen, una faja de vestir o un par de zapatos, un mondongo dominical (aunque el comensal ignore por completo de que parte de la vaca es que se saca el apetecido pellejo ese), un cornflakes con leche sula o un insulto para quien tiene un sobrepeso excesivo.
— ¿Y qué me puede decir Ud. acerca de las vacas, ciudadano capitalino? — Ehhh pues… ¿queso, quesillo, requesón, mantequilla, Asados el Gordo y PROMDECA?. — Si claro, se entiende... Claro que tratándose de habitantes de la capital hondureña, la historia podría ser algo particular; pues de los aproximadamente 1.5 millones de habitantes de la urbe, la mayoría son gente del campo. Cada año —decía Juan Diego cuando era Vicealcalde— se suman 45,000 nuevos habitantes procedentes de todo el territorio. Vienen a estudiar, a trabajar o sencillamente a desconectarse de su realidad rural que no encaja con la visión que tienen para su futuro. —Especialmente desde que tienen Internet en sus teléfonos. —
Este fenómeno desde luego no es exclusivo de Tegucigalpa, en lo absoluto. Todas las capitales y grandes ciudades experimentan desde siempre la inmigración desde el campo, ha sido así por milenios. El pequeño detalle a considerar, es si la ciudad anfitriona —es decir el Distrito Central— está lista para recibir semejante cantidad de nuevos huéspedes, que por cierto no son visita; su plan es quedarse.
Es así como Tegucigalpa —una urbe con escasa planificación urbana—, crece a una velocidad descontrolada e imprudente, y construye en sus periferias cinturones de miseria, donde no hay servicios básicos, la movilidad es complicada por el limitado transporte público y las personas se “acomodan” como pueden en terrenos ejidales esperando que la indiferencia municipal y estatal les beneficie. En cierta ocasión un reconocido periodista de la ciudad dijo, en alusión a ciertos conductores: “Un día están arriando caballos para hacer avanzar la carreta allá en el pueblo y al día siguiente están conduciendo un taxi en Tegucigalpa” —Pobres taxistas, me temo que no gozan del cariño de la mayoría. — No deja de tener razón el periodista. La ciudad no está en capacidad de recibir como es debido a tantos visitantes, que además puedan sentirse bienvenidos y puedan incorporarse de manera ordenada y coherente en este núcleo urbano.
Quizá sea esa la razón por la que llevo unos 10 minutos, viendo estas 7 vacas pastar felices a apenas 100 metros de la Cancillería General de República y el Palacio Legislativo, en los bajos del puente Mallol, —y tan solo a 10 mtrs de la Secretaría de Educación— hasta que este agente de tránsito decida amablemente darnos la vía. —¡Ah! Por fin, ya era hora … piiiiii, piiiiii…¡
Que tengan un bendecido día. W. Cruzant.