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El Efecto Mall


Cuando algunas personas caminan de tienda en tienda, de pasaje en pasaje por el mall, (el que todo capitalino reconoce por ese nombre ) se les percibe un aire distinto. Dependiendo de la tienda que visitan, algunos proyectan un aura de sofisticación. Otros de triunfo, de gente importante, de relevancia, de estar “in”. Y es que resulta más cool, saludar de lejos a un amigo mientras se “levita” descendiendo imperialmente por las gradas eléctricas de Multiplaza que hacerlo jadeando con dificultad en los últimos peldaños del tercer nivel en “La Norteña” de Comayagüela. Si en el encuentro nos captan infagranti cargando —o más bien modelando— alguna bolsa o paquete de VENDOME, CH, CASA DE ORO o LACOSTE la fortuita coincidencia no puede ser más oportuna.

El caminado y el porte no es igual saliendo de la tienda o el foodcourt que cuando se hace la fila para el taxi ahí por “emisoras”; Pedir rebaja es un sacrilegio, e ir sin dinero una idea incomprensible y temeraria, además. En el mall solemos ser más educados, más prudentes, más sociables, más prósperos, más refinados, más exigentes, más atinados con la moda, más pacientes..., parece que en el mall fuésemos más importantes.

Bautizaremos, si les parece, esta impresión que los lugares y entornos elegantes, limpios y seguros nos inoculan como: “el efecto mall” Surge entonces la pregunta: ¿de dónde se origina el efecto mall?, ¿porque nos sentimos distintos (algunos más… otros menos) cuando estamos en el mall o en cualquier espacio bien acondicionado, limpio y agradable?

La respuesta es bastante sencilla. —y quienes diseñan estos centros de consumo lo saben bien—. Me valdré de la famosa frase de Kant que dice que "Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros"… y con el permiso del filósofo diré que “Somos como somos, por como son las cosas”.

En palabras más simples, el ambiente, el entorno sobre el que nos instalamos nos genera una especie de valor agregado. Un valor quizá subjetivo pero con el que nos sentimos estimados, valorados e importantes o, en caso contrario: (pues el efecto mall tiene su antítesis al que, por cierto, podríamos llamar “efecto Mayoll”, “efecto Chiverito” o “efecto oficina estatal”… cualquiera le vendrá bien) menospreciados, indignos, abusados y con ello descontentos y malhumorados. El efecto en cuestión tiene desde luego aplicación en ambientes ajenos al mismo mall. En la calle, en la plaza, en el trabajo, en la casa misma y, más allá de los entornos físicos, dentro de las personas mismas.

Examinemos la primera aplicación,—la de los entornos— y aquí puede haber un sinnúmero de ejemplos cotidianos: Cerca de la zona donde vivo, existe un punto de taxis en cuya flota, aun hacen uso de un modelo en particular: el Isuzu Imark de 1981. Si hay un modelo que debería ser prohibido para la transportación colectiva de personas debería ser este. Al verlo o abordarlo uno se pregunta si a inicios de los 80’s hubo alguna calamidad planetaria que hizo que las personas redujeran su tamaño, porque sencillamente la gente normal no cabe en esos vehículos. Sumemos a lo anterior que se trata de automotores de ¡casi 40 años de depreciación!, lo que los vuelve una especie de incómoda lata oxidada contaminante. Nadie puede sentirse valorado siendo transportado en semejantes despojos motorizados. El efecto mall aplica en el sentido positivo cuando el taxi es amplio, cómodo y limpio; el trato es amable el precio es justo y la música tiene los decibeles adecuados. Las personas sienten que su destino es el Hyatt Place, aunque realmente “la carrera” sea el zonal belén.

El centro de Tegucigalpa, su Plaza Central, pueden ser otro buen ejemplo. ¿Quién puede sentirse contento y disfrutar de una caminata por el Paseo Liquidámbar o sus cercanías con postales de basura por doquier? Paredes “firmadas” con fluidos corporales, olores inodoros, contaminación auditiva aguda, comerciantes improvisados que impiden la libre locomoción, lupanares ambulantes unisex a escasos metros uno del otro, inseguridad, en fin…,

La gente es más feliz cuando se le trata dignamente; lo que lleva esta reflexión a su aplicación más importante: la persona misma. ¿Cómo se sienten los demás cuando se acercan a nuestro espacio de convivencia, a nuestro “lobby relacional”?, ¿Damos el valor que toda persona merece cuando la invitamos a pasar? La cordialidad, el buen trato, las buenas maneras, la empatía, la afabilidad, la buena intención, la comprensión, la paciencia, la sonrisa y la cortesía... entre otras ¿priman con quienes interactuamos?

El efecto mall debería ser una constante en nuestros entornos y en nuestras relaciones. La gente querrá permanecer cerca y estará convidada a volver. Por mi parte, seguiré degustando este delicioso smoothy de mango —de los mejores que he probado—, mientras esa pieza jazz de Putumayo suena y Yo, vitrinéo sin mucho prisa.

Que tengan un gran día.

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