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NORMALIDAD


No me gusta ver personas muertas. No hablo de espiritismo, ni de asuntos paranormales, hablo de ver muertos en el sentido literal, físico, real.

La semana pasada, estuve en tres sepelios. —Cifra inusual— Y como es mi costumbre, no vi a ninguna de las personas fallecidas. Cuando asisto a funerales ya sea de amigos, gente cercana o de apenas conocidos; evito acercarme al féretro. No por temor, no por aversión, mucho menos por esoterismo. Sencillamente es por la sensación de anormalidad que un cuerpo sin vida me transmite. “Estaba como muerto” solemos decir al ver a alguien en sueño profundo. Mientras su fluido salival fluye libre y sin retén, formando una nutrida poza acuosa que de acuerdo al caudal, nos da pistas del tiempo en que el “embalse fuente” lleva dormido.

Fuera de bromas, aquí entramos en un tema difuso y arbitrario. Porque ver una persona muerta no es una experiencia estándar. Ojalá lo fuera. Ojalá nos tocara ver siempre los cuerpos sin vida de nuestros amigos, familiares o conocidos, en una elegante caja, muy bien vestidos, sonrosados, limpios, prolijos y con una disimulada sonrisa en su rostro. Así como insinuando que dejaron esta tierra con satisfacción, con dignidad, con la venia del Señor. Que vivieron su vida lo mejor que pudieron, y al momento de enfrentar la muerte, nada vino por sorpresa: Sabían que vendría y estaban preparados. ¡Utopía!, en la mayoría de casos, Lo sé. Quizá es lo que nos gustaría pensar en ese momento, de quien descansa ya. En fin…

En un país como el nuestro debemos redefinir la idea, —la de ser testigos de quien muere— porque acá, acá ver un muerto es algo completamente relativo. Nuestro escenario de convivencia, nuestro violento escenario de convivencia—corrijo—, ofrece demasiadas variables en la idea de morir. Con vuestro permiso aclaro un poco más la idea. —gracias por no abandonar la lectura—

En todo lugar las personas mueren. Mueren en casa, en un hospital, en un accidente... la muerte sorprende pero, —si podemos llamarlas así— se trata de muertes normales. No las llamemos naturales porque ese término en mi opinión, semánticamente no termina de cuajar. Es decir, —amplío un poco— si alguien es herido víctima de un disparo, por arma de fuego o arma blanca, es natural que muera. La bala afectó algunos de sus órganos y es de esperarse que alguno de sus sistemas colapse; Si tocás un cable de 60,000 voltios y éste transfiere su poderosa carga por tu cuerpo, es natural que murás —Un día de estos les contaré una maravillosa excepción a la regla. Contada en primera persona—; Si una persona cae de una altura de 10 pisos, es natural que muera. ¿No es cierto? —Diría un amigo boliviano—.

Lo que no es normal, es que esa caída —la de los 10 pisos— haya sido provocada. Es decir, que alguien que estaba próximo, haya empujado a la persona y provocado intencionalmente la caída. No habrá excusa o razón alguna que logre justificar esa acción. No habrá jamás ante el hecho una reacción expresada en términos como: “¡ah, ¿fue por eso que lo empujaste? Comprendo”. ¡NO!, Es anormal y ya. Que un ser humano provoque intencionalmente la muerte, incluso en escenarios de guerra, eutanásicos o suicidas no es normal, provocar la muerte no es normal.

Parece perogrullesco hacer estas afirmaciones, pero la verdad es que en un país violento, desigual y a veces pasivo como en el que vivimos, debemos tener sumo cuidado y evaluar continuamente lo que parece ser normal.

Ahora, el tema aquí no es solo acerca de muerte o muertos. Es más bien tema de los vivos y como somos engañados. La situación actual, la que tristemente nos toca vivir en el ahora, ha deformado nuestra concepción de normalidad. De a poco y sutilmente, lo antinatural ha pasado a ser “normal” y lo normal ha pasado a ser un monstruo camuflado. Su eficiente camuflaje oculta lo amorfo, enfermizo y anestésico que ha llegado a ser nuestro entorno. No solo se trata —insisto—de muertes dantescas, masacres, femicidios, encostalados o crímenes innombrables. Son más cosas las que se nos está “enseñando” a ver como “normales”. Las familias son un buen ejemplo. Se agrietan, se rompen emigrando física y emocionalmente a lugares lejanos. Y es “normal”, pues no hay trabajo, no hay oportunidades y tenemos que dar de comer a los nuestros, alguien debe proveer, además todo el mundo emigra. Para algunos hijos, saber que tienen hermanos de otras relaciones —nótese el plural— gracias a la promiscuidad del padre, es “normal”; Para algunas funcionarios de gobierno, valerse de maniobras poco éticas, injustas y no pocas veces reñidas con la ley, es “normal”; Enormes e insufribles filas para el trámite de un sencillo documento en oficinas de gobierno (como el RNP por ejemplo), es “normal”; Ver los tumultos de basura esparcida en una de las esquinas de nuestro barrio es “normal”; Una o dos veces por semana —con suerte— llega a nuestras casas el agua potable, y con alegría y afán nos alertamos “¡ya llegó el agua!”, quedando contentos porque hemos llenado todos los recipientes disponibles en casa.

“Normal”, es también que en cada vez más colonias de nuestra ciudad, se coloque portones y casetas de vigilancia que interrumpen la libre locomoción; “Normal” que a uno de los vecinos —porque lo dejó saber en alguna red social o porque le habían hecho “inteligencia”— le hayan mudado su menaje, solo que sin informarle. Hemos aprendido que es “normal” que se lleven las cosas de uno al no tener cuidado de poner 7 candados, 3 niveles de serpentinas, uno o dos dóberman satánicos de boca espumosa y un sistema de cámaras en exteriores e interiores. Me viene a la memoria lo risible que me resultó —y el que me haya reído de esto, tampoco es normal— al revisar el periódico local en una ciudad pequeña de EUA; el notar que la única muerte “violenta” registrada en las páginas del rotativo fue la de un venado atropellado por un residente.

Esta “normalidad” es una especie de maldición que debemos con urgencia empezar a desconocer. Nada cambiará si

seguimos asumiendo lo malo, injusto, amoral, insensible y cruel… como normal. Las cosas seguirán como están si creemos que hacerlas de la manera que las hacemos —con evidentes malos resultados— es normal. Las cosas no se percibirán como peligrosas, insanas o degenerantes sin asumimos que son normales, que la mayoría gana y que nada podemos hacer al respecto. Imagínense sin Martin Luther King, Mandela o la Madre Teresa de Calcuta, hubiesen pensado así. Imaginen que Lutero hubiese pensado así. Supongan que Beethoven, quien comienza su sordera después de su primera sinfonía, hubiese considerado consecuente o normal no componer más. Imaginen que ser más intolerantes, más violentos, más materialistas, más consumidores, más indiferentes, más dependientes, más pasivos, más turiferarios, más openmind… nos esté pereciendo cada vez más normal. Dios nos de sabiduría

W. Cruzant

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26 de Junio / Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura

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