Error de Dedo
Hola, soy Dedo. —Les pido omitir sus comentarios sobre mi nombre, por favor. Ambos hemos oído peores. —
Aunque cueste creerlo, no me gusta señalar a nadie. Sin embargo, quiero compartir algunas incomodidades que ciertas situaciones me provocan. Y ya que mis colegas no se atreven —por no estar a la altura o por no querer dejar huella… no lo sé…— entonces lo haré yo.
Debo aclarar antes, que no es que esté cansado del sometimiento de la mano y de la actitud sumisa de mis colegas. Entiendo mi función y sé que para que las cosas trabajen cada uno debe hacer su papel. Pero eso no significa ser explotado día y noche y estar sometido a continuos episodios de trabajo agotador.
En esta época digital de proliferación masiva de dispositivos y de sometimiento casi irracional a las redes sociales… las cosas se han complicado para mí.
¡Estoy agotado! Martillo día y noche esas pantallas. Cada vez me demandan más horas de trabajo y mayor rendimiento. En el reciente pasado solo debía generar una cantidad modesta de caracteres. Ahora es imposible ir al ritmo que me ordenan. —incluso con todos los atajos y omisiones que desde arriba se han creado— A veces me siento incapaz de digitar todas esas ideas, y aquí es donde se centra mi reclamo.
¡Me culpan injustamente!
Es que la “v” y la "b" están juntas —escucho decir—, fue error de Dedo.
Y no importa si las letras están a tres teclas de distancia, como es el caso de “s” y “c” la excusa es la misma: Error de Dedo. Y así… un sin número de erratas generadas por falta de conocimiento ortográfico se las endosan a su servidor.
¡Basta de lavarse las manos y culparme! Nunca he escuchado decir: “Fue error de Mano” o "Error de Ojo" ¡Nadie lo dice! Y todos saben que Ojo no es muy discreto, curiosea y acecha con sigilo. Si no fuera tan rápido, y no se valiera de lentes oscuros o vidrios polarizados, no tendría manera de exculparse.
Pero donde se origina el círculo vicioso de la acción, la culpa y el cinismo; es en la mente. Ella es la que tiene el control de los hilos; la que nos maneja a su antojo y tiene mil respuestas “razonables” para salir airosa.
"Fue un lapsus", —dice—. "No me di cuenta", “Nunca me había pasado", "Te juro que no lo advertí..." “Les puedo asegurar que no lo sabía” etc… frases cobardes que siempre culpan al resto. Sus pretextos llegan incluso a justificar excesos culpando a la naturaleza: "Es que uno es hombre" —le he escuchado decir—
- “Lo dije porque estaba muy molesto”
- “Es que soy mecha corta”.
- “Se me metió el diablo”
- “Cualquiera hubiera caído”
- “No sé cómo pasó”
- “Es que si a uno lo provocan…”
- “No sé en qué estaba pensando”
- “No sé qué me pasó”
- “…hasta que me pida perdón”
- “Es que el fuego se apagó”
- “Es que me descuidaste”
- “Yo jamás lo hubiese hecho”
- “Jamás lo he dicho”
- “…yo era muy inmaduro”
- “…errores que uno comete”
…y la lista puede ser interminable.
Ya no me culpen, solo soy un dedo. Ya no nos culpen, solo somos instrumentos que reciben órdenes. Las decisiones se toman arriba, en la mente. Ahí es donde debe estar puesta la atención. Ahí es donde se deben librar las luchas. En ella es que se debe mantener y cultivar la paz, la paciencia, la bondad, la mansedumbre, la templanza, la fe, el perdón.
Todos esos “errores de dedo” con los que se pretende justificar el error, la imprudencia, la injusticia, la omisión, el señalamiento sañoso, el pecado… etc; pueden ser afrontados y corregidos en la medida que la mente establezca prioridades, prioridades virtuosas. Y que el carácter, (lo que define nuestras actitudes, decisiones y acciones en nuestra vida) se fortalezca día con día.
¡Chócala! — perdón, es la costumbre—