Dar la Mano
Ayer pasaba por La Concordia, el parque que ya nadie conoce ni quiere conocer, y que a decir verdad en su estado actual, —aún más después de “El Mitch”— no vale la pena conocer.
Aunque —déjenme abrir un paréntesis—, se escucha que hay planes de hacer un circuito turístico que iría desde este parque al Teatro Nacional Manuel Bonilla; de ese punto atravesaría el paseo liquidámbar (la peatonal) y luego haría una conexión hacia el Parque La Leona, —otro que sigue, de no tan lejos, el camino de La Concordia— para luego cerrar el circuito bajando las gradas de la fuente hasta el punto de inicio: el descuidado parque. Ojalá logremos ver concretado este proyecto. Cierro paréntesis. —Por cierto que esta palabra me hace recordar a una compañera de colegio a la que apodaban así, “paréntesis”, sus piernas eran algo arqueadas y eso la valía el apodo, creo q nunca lo supo a pesar que los colegas se mofaban frente a ella con preguntas como “¿Verdadero o falso?” Perdonen que he abierto otro paréntesis sin avisar—
Siguiendo con el relato: Mientras pasaba por el parque vi dos muchachos conversando en una de las esquinas, el uno inclinado en la pared haciendo el clásico 4 —muy hondureño opinan algunos, muy de gente sin quehacer opinan otros, potencial asaltante algunos más— como posando para la foto. Y frente a él el otro en una posición de pie ordinaria.
En dirección hacia ellos un tercero, que sin mediar palabra les saludo con un contacto de puños. No estrechón de manos, sino un ritual un poco más elaborado y “gansteriano” (anoten esa palabra). Puño derecho cerrado ambos sujetos, mano arriba mano abajo, un contacto. Se invierte la posición de las manos. Otro contacto. Y luego la misma dinámica con el antebrazo.
Al verlos me pregunté —y esta pregunta podría lucir innecesaria, pero soy el narrador así que… ¿OK?— ¿Por qué no se dan la mano de manera convencional, el clásico entrechón de manos que casi todo el mundo hace?... ¿O no? —Me volví a preguntar—
¿Acaso son pocos ya quienes dan la mano? Veamos…:
En Honduras los jóvenes, (entiéndase por joven los menores de 30 años) representan el 65 a 70% del total de la población. Por otro lado según UNPFA (Fondo de Población de las Naciones Unidas) nunca antes en el mundo hubo tantos jóvenes como ahora.
Si somos observadores y estamos conectados con las costumbres de nuestro tiempo… nos percataremos que los jóvenes ya casi no dan la mano. Lo que hacen en calidad de saludo es agitar la cabeza en un rápido movimiento vertical indicando aprobación o cordialidad. O estos saludos de puño cerrado al mejor estilo de algunas tribus urbanas, más sofisticados y elaborados en unas que en otras. Parece que dar la mano no luce muy “cool”.
Por otro lado el beso en la mejilla es otro ritual que también ha venido a desplazar el estrechón de manos…sobre todo en los ambientes citadinos. Las novelas de Televisa y de Venevisión nos fueron instruyendo en su tiempo en estos rituales y la hemos sabido incorporar a nuestras costumbres. Curiosamente no nos ha costado mucho adoptarlas. —Con la influencia futbolera argentina y Uruguaya en Honduras no tardará mucho en adoptarse el beso en la mejilla entre hombres—. El tema del beso en la mejilla da para un tema adicional, pero no en esta ocasión.
Entonces, si sumamos a lo anterior la paranoia de la higiene, la amenaza de la famosa helicobacter pylori, sumado a las reservas que los altos índices de criminalidad nos generan… el dar la mano está casi en desuso. —Si no estás de acuerdo es porque quizá tenés más de 30”
ْ¿Y por qué damos la mano?
Bueno, según los registros históricos, esta costumbre —y tranquilos que no me pondré muy académico en esto— data desde un par de siglos antes de Cristo, en principio como un ritual religioso de origen egipcio y más adelante, con la conquista Asiría, adoptada como algo más común entre el resto de personas.
En la antigua Grecia, dos sujetos que se encontrasen en el camino, no se hacían los desentendidos como suele ocurrir ahora en nuestras “interacciones” fortuitas; se daban la mano y además se tomaban con la otra mano la muñeca para cerciorarse de que esta última no desenfundara algún arma.
Este ritual si lo analizamos, es más significativo de lo que en apariencia creemos. Aunque parezca rutinario y algo no más que un saludo, al dar o no dar la mano hacemos deferencias o descortesías hacia los demás. A quienes consideramos personas deshonestas, mentirosas, traidores, desleales o peligrosas no damos la mano. Es decir, asumimos inconscientemente que no merecen estrechar nuestra mano, quizá porque en el fondo entendemos que el dar la mano es una señal de aprobación, de respeto, de consideración y algo que inspira la vinculación y la empatía humana de persona a persona. Me refiero al apretón cálido que te dice, “me da gusto verte a la cara, sonreír y estrechar tu mano, estoy en toda la disposición de que interactuemos.”
La manera de dar la mano también da mensajes distintos. Todos apreciamos y agradecemos un buen apretón de manos, ¿cierto? No el apretón que por exagerado se percibe como anormal. Y más aún si viene de una mujer. En contraste tenemos el apretón flojo y arrogante, ese que parece que la mano estuviese huyendo, que en el último segundo se arrepintió de encontrarse con la otra. Son tan incómodos esos saludos que hubieses preferido un simple y llano “mucho gusto”.
Otras variables dignas de mencionar es el apretón de manos acompañado de unas palmadas en el hombro del otro. Esto puede no ser bien recibido si no se conoce a la otra persona, de hecho sería anormal hacerlo con un desconocido —parecido al beso en la mejilla que se da cuando te acaban de presentar a la persona—. Los que lo practican denotan superioridad o lo que es lo mismo, inferioridad del otro. Puede ser más o menos aceptable si se trata de un niño o de una persona de la tercera edad, sentimos que el estrechón de manos no es suficiente y complementamos con la otra mano en el hombro ¿Cómo se sentirá el que recibe ese contacto? No estoy seguro.
Otra variable que se da en nuestros ambientes es el amable rechazo a dar la mano cuando está mojada, húmeda o sucia por alguna actividad de trabajo que estemos realizando, o porque estamos ingiriendo algún tipo de alimento que requiere el uso de las manos. La persona entonces dobla su mano desde la muñeca y levanta su antebrazo como señal de que a pesar de que está indispuesta para estrechar la mano quiere hacer el contacto con su antebrazo. Muy gentil aparentemente sin embargo, viéndolo bien es incómodo. Lo mejor quizá sería pedir disculpas por no poder estrechar la mano como es debido, por tal o cual razón. “Perdone por favor que no pueda darle la mano pero es que las tengo húmedas, o están muy sucias, o estoy con una terrible gripe y no quisiera contagiarlo” y repetimos “discúlpeme por favor”. La otra persona terminará agradeciéndolo, aunque no lo manifieste, y no se sentirá despreciado.
Dar la mano es aun, a pesar de las nuevas maneras, un ritual muy poderoso. Capaz de dar muchos mensajes y que debemos saber manejar de manera tal que transmita nuestras mejores intenciones y el valor que cada persona debe tener ante los demás.
Así como en la antigua Grecia se estrechaba la mano en señal de que el uno no retiraría su daga y apuñalaría a traición al otro, así hoy en día deberíamos guardar nuestros prejuicios y abrir con la llave de la estrechez de manos grandes diálogos de cordialidad, solidaridad, afecto, respeto, amistad, camaradería y todo lo mejor que tengamos para ofrecer a los demás.
Ojalá un día de estos nos veamos y puede estrechar vuestra mano.
Paz y Bendiciones para todos.