¡Vayombe!
Hay ciertas palabras que nos encanta decir. Algunas no muy elegantes ni dignas de un titular, por su carácter informal, pero irónicamente muy familiares y cómodas para nuestra comunicación cotidiana.
Hay cosas que casi todo el mundo hace o dice, que son de diario uso, pero que extrañamente no nos atreveríamos a hacerlas o decirlas frente a una cámara o frente a gente de poca confianza. Lo anterior es paradójico porque la verdad es que tenemos prácticas cotidianas, — unas más unas menos — que al verlas fuera de nuestro patio nos sorprenden.
¿A que quiero llegar?
Frases, acciones, ideas o situaciones que manejamos como cotidianas o que hemos conocido en nuestros núcleos familiares o círculos muy personales, parecen poco aceptables cuando las vemos recreadas en escenarios distintos a los nuestros. De tal forma que solemos escandalizarnos aun y cuando sabemos que estamos igualmente expuestos que quien las muestra o padece en ese momento.
Fingimos que aquello que vemos en otros; muchas veces errores, desaciertos, deslices, imprudencias, ignorancias… pecados…; son desagradables, intolerables, cuestionables y hasta condenables… y no recordamos que en algún momento — quizá hace muy poco o mucho, no lo sé — , también enfrentamos el mismo obstáculo y no lo manejamos mejor que de quien nos sorprendemos ahora; o que si lo enfrentáramos en este momento, no seríamos capaces de lidiar con sus consecuencias.
¿Habrá algo peor para quien desacierta que su error se exponencíe con las criticas inmisericordes de quienes le señalan? ¿Corrige en verdad, maximizar la vergüenza de quien erró? ¿Nos hace mejores personas el señalar con ahínco las equivocaciones de los demás para mostrarnos distintos y distantes de aquel “miserable”?
Hay una porción bíblica, que nos da pistas al respecto, es tan práctico y acertado que es usado hasta de dicho popular:
“Saca la viga que está en tu propio ojo antes de insinuar sacar la paja que está en el ojo de tu hermano”
El mismo Jesús de Nazareth cuestionó repetidamente esta costumbre de fingir pureza ante quien se ha equivocado y utilizó calificativos fuertes: ¡hipócritas! decía …
Más interesante aun es cuando el mismo Jesús en relación al mismo tema, dijo a sus seguidores:
“Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de su hipocresía. Porque no hay ningún secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por tanto, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, se oirá a la luz del día; y lo que han dicho en secreto y a puerta cerrada, será gritado desde las azoteas de las casas.”
Excúsenme por favor aquellos lectores que no están acostumbrados a que les citen fragmentos bíblicos, sin embargo recuerden que Jesús, aun si su divinidad no bastare o convenciere, fue un maestro, un sabio y virtuoso que trastornó la historia de la humanidad hasta nuestros días. Asumo que valdrá la pena citarlo.
Pero valoremos también otros pensamientos, déjenme citar a Ralph Waldo Emerson1 quien dijo:
“Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía.”
Pues bien… al parecer la hipocresía está reñida con la honestidad, y aún más con la justicia y la prudencia, pero además, y sobre todo, la hipocresía se ensaña contra quien ha cometido yerro, al acusarle de torpe y de romper la norma que, nosotros los cuestionadores, no hubiésemos sido capaces de respetar.
En vez de sanar el dolor… lo incrementa. En vez de cubrir la vergüenza… la divulga en voz alta y en vez de traer corrección reparte generosamente condenación.
¿Pero qué provecho puede tener esto? ¿Por qué actuamos así? ¿Por qué tenemos estas prácticas tan inquisidoras en algunos casos? ¿Por qué asumimos que haciendo aún más miserable la situación del agraviante cambiaremos su conducta o la falta misma cometida?
No se trata desde luego de no señalar el error, de hecho el no hacer oportunamente un señalamiento es lo que lleva a que las personas actúen deliberadamente para dañar a otros o a sí mismos. Pero el señalamiento sin propósito correctivo no es de provecho.
El señalamiento, de darse, deberá buscar el cambio consciente y no coercitivo de conducta; el aprendizaje, el autoanálisis… la madurez. Deberá estar acompañado todo el tiempo del reconocimiento de la igualdad de condición imperfecta que a los humanos nos hace tan parecidos. Debemos recordar que igual que aquel que cayó, yo también puedo caer, pues nadie ni uno solo está exento de equivocarse. Es nuestra naturaleza.
“Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios.” Dijo el maestro al joven rico.
Cuando vayás a hacer un señalamiento, pensá muy bien las palabras que usarás. Meditá cual será el resultado de esas ideas que estás a punto de expresar. Que la sopresa, la ira, la desilusión, la frustración o la ligereza no contralen la situación. Pensá siempre en que en vez de verdugo, podés ser un instrumento para mejorar la condición de quien está ahora debilitado, aislado o condenado por los demás señalado por su yerros. Esto es ser piadoso.
No ignoramos que en ocasiones, el propósito de señalar y maximizar el error responde a una motivación noble que pretende que la persona corrija, reflexione y gire hacia el lado contrario. Sin embargo, seamos sensatos: ¿Incluye esa manera airada el componente balsámico que necesita la persona acusada en esos duros momentos?. Las intenciones son irrelevantes si las maneras agudizan la herida.
Vale la pena en una sociedad intolerante, familiarizarnos con ideas vinculadas a la misericordia, el perdón, la comprensión, la paciencia, la bondad, la solidaridad, la piedad y la prudencia. ¿No lo creen?
1 Escritor y ensayista estadounidense (1803-1882)